Hablamos de Ecofeminismo en el Día Mundial del Medio Ambiente
Cada 5 de junio se celebra el Día Internacional del Medio Ambiente, con la finalidad de sensibilizar a la población acerca de la importancia de cuidar nuestros ecosistemas y fomentar el respeto al medio ambiente.
Es inevitable pasar por este día sin reivindicar el Ecofemenismo. Una corriente que, según define la Women´s Environmental Network, integra tres movimientos: el feminista, el ecológico y el de la espiritualidad femenina.
Las ecofeministas fueron las primeras en dar la voz de alarma acerca de que la pobreza cada vez más tiene rostro de mujer. Además de desarrollar su propia corriente feminista y realizar estudios sobre las dioxinas (un grupo de compuestos químicos que son contaminantes ambientales persistentes), nuevas técnicas agroquímicas y contaminación, son tremendas activistas.
Así lo demuestran dos de los movimientos más reconocidos:
– Chipko, nacido en la India y difundido por Vandana Shiva, ganadora de un premio Nobel alternativo. El movimiento nace en los setenta como resultado de un grupo de mujeres que se opuso conjuntamente a la deforestación en el estado indio de Uttar Pradesh. Haciendo honor al significado en hindi del movimiento (abrazar), las mujeres se abrazaban a los árboles para evitar que fueran cortados e iniciaron una campaña masiva de plantación. En consecuencia, el Gobierno dió su aprobación en 1980 a una moratoria en la tala de árboles.
– Cinturón Verde, surgido en Kenia y liderado por Wangari Maathai (galardonada con el Nobel de la Paz en 2004), quien inició su activismo a partir de la reflexión de que las mujeres no podemos esperar sentadas mientras nuestros hijos se mueren de hambre. Este grupo nace en 1977 aunando el desarrollo comunitario con la protección medioambiental. Desde entonces las mujeres que lo componen han plantado treinta millones de árboles y creado cinco mil guarderías.
Las corrientes del ecofeminismo hasta la actualidad
La relación entre las mujeres y la naturaleza ha ido experimentando cambios y nutriéndose a lo largo de los años. En este largo recorrido por el movimiento ecofeminista, Ráchale Carson destaca por allanar el camino con la publicación en 1962 de su libro Primavera silenciosa. Una obra premonitoria en la que ya denuncia a los avances tecnológicos como los desencadenantes de una gran crisis ecológica.
El ecofeminismo clásico de los años ochenta se caracteriza por defender que las mujeres poseen características innatas para el cuidado de la naturaleza y la preservación de la paz. Bajo la influencia de Mary Daly y su publicación Gin/Ecología: la metaética del feminismo radical, se desarrolló una ginecología alternativa y se puso en el centro la salud de las mujeres y la recuperación del control sobre el propio cuerpo.
La segunda corriente llega con el ecofeminismo espiritual, para aportar una crítica al modelo del desarrollo occidental, lo que se entrelaza con el principio femenino de la naturaleza como fuente de vida y la cosmovisión de los diferentes pueblos. Destacan las aportaciones de Vandala Shiva.
El tercer salto lo marca el ecofeminismo constructivista, y a diferencia del resto, rechaza el enfoque esencialista y pone el foco en el origen sociocultural del vínculo entre mujeres y naturaleza.
Según plantea el movimiento, el hecho de que las mujeres hayan desarrollado su inclinación por el bien comunitario y la necesidad de proteger el medioambiente, es fruto de la división sexual del trabajo. En esta corriente destacan las voces de la australiana Val Plumwood y Bina Agarwal, quien señala que son las mujeres quienes más sufren los efectos de la degradación ambiental. Algo que unido a las tareas de cuidado que tradicionalmente nos han sido asignadas, sitúa a las mujeres en una mayor predisposición para la defensa del territorio.
Finalmente, ha sido la cuarta ola la que ha hecho del ecofeminismo una seña de identidad para todo el movimiento, entrelazando feminismo, pacifismo y ecologismo, señalando un cambio de modelo que implique al estado, al sistema económico y a las relaciones interpersonales y colocando como prioridades la crisis medioambiental y la crisis de los cuidados.
En definitiva, el ecofeminismo de la cuarta ola trata de poner la vida en el centro de un sistema económico – social sostenible, y alejándola del insostenible sistema que la desprecia y se desentiende de cómo criar, cuidar, alimentar, y sanar.
El ecofeminismo actual reivindica que la economía incluye todos los procesos sociales que fundamentan la vida digna de las personas sin olvidar la necesidad de mantener una relación sostenible con la naturaleza. Entre sus denuncias destaca el uso de las sustancias tóxicas en alimentos, cosméticos o productos de limpieza, ya que son altamente nocivas para el medioambiente y en algunos casos además provocan daños diferenciales en las mujeres.
En este sentido, las ecofeministas también critican la desproporcionada patologización y medicalización de los cuerpos de las mujeres en beneficio de la industria farmacéutica. Por otro lado, el movimiento denuncia los efectos colonialistas de los tratados de libre comercio que expolia los recursos locales de comunidades y pueblos , despojando a las poblaciones originarias de sus territorios y obligando en muchas ocasiones a la migración o a jugarse la propia vida en defensa de la tierra.
Si algo tiene claro este movimiento, es que no podemos seguir consintiendo la falta de compromiso e irresponsabilidad política ante la emergencia climática y su permisividad con el lucro de empresas energéticas.
Uno de los grandes objetivos de esta unión es lograr el desarrollo de otros modelos agrícolas más saludables y con mayor presencia de mujeres, ya que a día de hoy es más que evidente la masculinización de la industria agroalimentaria y la ganadería intensivas, que hasta el momento no ha tenido un especial cuidado por la conservación y el cuidado del medioambiente.