Tras las elecciones de 2024, los derechos de las mujeres en Estados Unidos se encuentran en riesgo de sufrir un gran retroceso. Con Donald Trump nuevamente en el poder, respaldado por un Tribunal Supremo conservador y un Congreso de mayoría republicana, el futuro de millones de mujeres es incierto. Su historial de misoginia, sexismo y agresiones sexuales, junto con una agenda política regresiva, amenaza logros fundamentales como la salud reproductiva y la igualdad de género.

Retórica de control disfrazada de protección

Trump ha presentado a las mujeres como vulnerables y dependientes de su protección, perpetuando roles de género tradicionales que socavan su autonomía. En lugar de abordar las causas estructurales de la violencia de género, su discurso infantiliza y controla a las mujeres, alejando a la sociedad de un progreso real hacia la igualdad.

El ascenso de Trump al poder representar una contradicción fundamental: un hombre que ha sido inhabilitado para votar en algunos estados está ahora en posición de determinar el destino de millones de personas. Sin embargo, la idea de que un hombre con un historial tan controvertido y delictivo pueda ostentar este poder, mientras que una mujer como Kamala Harris -que ha inspirado a millones de chicas jóvenes y está ampliamente considerada como una figura competente y válida – es continuamente pasada por alto, dice mucho de la reticencia de la nación a confiar en las mujeres en puestos de poder.

En una nación que se enorgullece de ser «desarrollada» y «avanzada», la persistente cuestión del género no debería seguir siendo un factor determinante a la hora de decidir quién ocupa un cargo. Sin embargo, como vimos en 2016 con Hillary Clinton, y recientemente con Kamala Harris, la mayoría del electorado no está dispuesto a confiar a una mujer el más alto cargo. Resulta paradójico que en un país que ha visto destacar a las mujeres en todos los campos -empresarial, científico, jurídico y educativo- siga existiendo un gran malestar por el hecho de que una mujer ocupe la presidencia.

El último resultado electoral en EEUU refleja normas sociales profundamente arraigadas que siguen considerando a las mujeres como no aptas para puestos de liderazgo, a pesar de sus cualificaciones y potencial. Y aunque la nación pueda lamentar la oportunidad perdida de elegir a una mujer cualificada y capaz como Kamala Harris, es vital reconocer que esto no es solo una pérdida para las mujeres, es una pérdida para el país en su conjunto.

La lucha por los derechos de la mujer

En el centro de la conversación sobre los derechos de las mujeres está la lucha por la salud reproductiva. La administración de Trump desempeñó un papel fundamental en el retroceso del Caso Roe contra Wade, la decisión histórica que protegió el derecho de las mujeres a acceder al aborto. Ahora, con un Tribunal Supremo más conservador y una Casa de Representantes controlada por el Partido Republicano, muchos temen que el próximo paso de Trump sea ilegalizar a nivel federal la atención sanitaria reproductiva, incluidos el aborto y los métodos anticonceptivos.

Aunque las encuestas muestran que el derecho al aborto sigue siendo popular entre el público, no siempre se considera una prioridad absoluta. Esta discrepancia es preocupante, sobre todo si se tienen en cuenta los efectos duraderos que la pérdida de los derechos reproductivos podría tener en la vida de las mujeres, especialmente en las de comunidades marginadas que ya se enfrentan a desigualdades sistémicas.

La agenda de Trump, que pretende hacer de Estados Unidos una nación más conservadora, pone los derechos de las mujeres directamente en el punto de mira. Su retórica de «protección» a menudo oculta una agenda mucho más condescendiente, que considera que las mujeres necesitan ser controladas y cuidadas en lugar de empoderadas. Su postura respecto a las cuestiones de la mujer tiene menos que ver con la promoción de la igualdad de género y más con el refuerzo de los roles de género tradicionales que sitúan a las mujeres en posiciones de subordinación.

Una nación en crisis

A medida que el panorama político se desplaza hacia la derecha, las comunidades marginadas -especialmente las mujeres- corren el riesgo de perder los logros que tanto les ha costado conseguir. El derecho al aborto, la igualdad de género y la lucha por la salud reproductiva han quedado marginados en favor de una agenda política que pretende consolidar el poder en manos de quienes ya ocupan posiciones privilegiadas. La retórica de «proteger» a las mujeres se traduce a menudo en una forma de control mucho más insidiosa, ya que se utiliza para justificar políticas que restringen el acceso a la atención sanitaria, limitan la autonomía y hacen retroceder décadas de progreso.

Artículo redactado por Crystal Jauregui- alumna en prácticas de la CIMTM, de la universidad de Stanford.